
El 8 de julio de 2013, el Papa Francisco pronunció un discurso que resonó en los corazones de muchas personas en todo el mundo, incluido el mío. En ese día, el Papa visitó la isla de Lampedusa, Italia, en respuesta a la trágica muerte de inmigrantes que perdieron la vida en el mar en busca de una vida mejor. Su discurso nos recordó la importancia de la solidaridad, la compasión y la responsabilidad hacia nuestros hermanos y hermanas en momentos de crisis. Y, en este momento, esas palabras tienen un eco especial en México, especialmente en el Estado de Guerrero, que han sido azotados por el reciente Huracán Otis.
Los desastres naturales, como los huracanes, pueden llevar consigo una devastación inmensa, causando pérdida de vidas, daños a la propiedad y dejando a las comunidades en una situación de vulnerabilidad extrema. Acapulco, una ciudad conocida por sus hermosas playas, se ha visto gravemente afectada por el paso del Huracán Otis. Las inundaciones, los deslizamientos de tierra y la destrucción de infraestructuras han dejado a muchas personas sin hogar y en condiciones precarias. Esta es una llamada a la solidaridad, un recordatorio de que todos somos hermanos y hermanas en la familia humana, y tenemos la responsabilidad de cuidarnos los unos a los otros en momentos de dificultad.
La solidaridad no se trata solo de hacer donaciones o enviar ayuda material, aunque eso es fundamental. Se trata también de empatía, compasión y comprensión hacia las personas que están sufriendo. Es una invitación a preguntarnos a nosotros mismos: ¿dónde está nuestro hermano? ¿Dónde está nuestra hermana en Acapulco, en Guerrero, que necesita nuestra ayuda y apoyo?

En este momento crítico, la sociedad mexicana tiene la oportunidad de mostrar su unidad y compasión. Podemos unirnos para brindar apoyo a las comunidades afectadas por el huracán, ya sea a través de donaciones, trabajando como voluntarios o simplemente mostrando solidaridad y empatía hacia aquellos que están sufriendo. No podemos permitirnos caer en la «globalización de la indiferencia», como advirtió el Papa Francisco, donde nos volvemos insensibles al sufrimiento de los demás.
Nuestros hermanos y hermanas en Guerrero necesitan nuestra ayuda, y es nuestro deber como seres humanos responder a su llamado en su momento de necesidad. La respuesta debe ser un llamado a la acción, a la solidaridad y a la compasión. Unidos, como una sociedad compasiva, podemos marcar la diferencia en la vida de aquellos que han sido afectados por este terrible huracán. Es el momento de demostrar que somos una familia, que estamos dispuestos a cuidar de nuestros hermanos y hermanas en sus momentos más oscuros.
¿Dónde está tu hermano? La respuesta está en nuestras manos, en nuestro compromiso con la solidaridad y el apoyo a quienes más lo necesitan.








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