¡Debate Presidencial: el show de las promesas vacías y la evasión galopante!

Crédito: Aristegui Noticias

El telón se levanta una vez más en el escenario político mexicano, y nos encontramos ante el expectante público, anhelando con fervor ideas innovadoras y soluciones concretas para los innumerables desafíos que aquejan a nuestra nación. Sin embargo, ¿qué nos ofrece este esperado espectáculo? Una entrevista desabrida, plana y mecánica, donde los contendientes políticos se sumergen más en la vorágine de ataques personales que en la presentación de propuestas palpables y viables.

La candidata de Morena, Claudia Sheinbaum, nos sorprende con su perspicaz excusa de que «el tiempo no le dio para nada». ¿Acaso sorprende que el tiempo no alcanzara cuando su argumento principal consistía en la reiteración ciega de que todo en el país marcha sobre ruedas? Su estilo retórico, notablemente similar a las habituales conferencias matutinas del presidente, deja poco a la imaginación.

Sin embargo, ¿qué podemos esperar cuando los tres candidatos comparten la misma fantasía de que el presupuesto federal es una suerte de cornucopia mágica, rebosante de recursos inagotables? Sheinbaum promete becas y subsidios sociales como si fueran caramelos lanzados desde un carnaval, Xóchitl se regodea con la ilusión de tarjetas repletas de dinero para todos, mientras que el candidato de Movimiento Ciudadano, en una alarde de desfachatez, parece sacar recursos de la chistera sin esbozar una estrategia financiera coherente. La cuestión sobre de dónde emergerán tales fondos permanece en un limbo de silencio sepulcral. La urgente necesidad de una reforma fiscal, que yace como una espada de Damocles sobre nuestra nación, es notablemente eludida en este juego de evasión y astucia política.

En el escenario del debate, presenciamos un bochornoso espectáculo de evasión y desafío. Sheinbaum despliega una táctica calculada de elusión, rechazando responder interrogantes directas. Mientras tanto, el candidato de Movimiento Ciudadano, un enigma para muchos, parece jugar una arriesgada partida de «todo o nada», ganando terreno con cada intervención de calidad. Por otro lado, Xóchitl, con cierta dosis de valentía, se aventura a adentrarse en el territorio de los datos duros y las propuestas, aunque estas carezcan de la necesaria especificidad sobre su implementación y temporalidad.

En fin, nos enfrentamos, una vez más, al ineludible dilema de optar por el «menos peor» en lugar de por los candidatos que verdaderamente encarnen el ideal de liderazgo que nuestro país merece. ¿Estos son los mejores representantes que podemos ofrecer? Seguramente no, pero también estoy seguro de que la mayoría de los que pueden serlo, no quieren, porque seguramente están trabajando todos los días desde sus trincheras para hacer que el país salga adelante. La necesidad de un despertar colectivo y la exigencia de líderes genuinos resuena como un eco incesante en el horizonte político de México. Es hora de levantar la voz y demandar un cambio radical en la calidad y el compromiso de aquellos que aspiran a gobernarnos.

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